lunes, 28 de abril de 2008

LA ROYAL ENFIELD, INDIA JULIO 1993

El día pintaba gris, pero había dejado de llover. Llevábamos diez días con sus noches sin parar de llover. Era el monzón; si; en el sudeste asiático descargaba una tormenta y resplandecía el sol; aquí no, aquí diluviaba hora tras hora, día tras día.

Nuestra actividad en esos días se reducía a largos paseos por las desiertas playas, enfundados en nuestras capas plásticas. O tímidas excursiones a Vasco de Gama, Margao, ets. en autobuses locales, sin limpiaparabrisas, que había que poner en marcha a empujón con la gentileza de los pasajeros. Todo parecía ralentizarse y enmudecer con la lluvia. Siempre acabábamos sentados en el restaurante Lactancia Bar, frente al hotel. Horas y horas en el restaurante nos hizo conocer variados personajes, locales y extranjeros, parecíamos parte del atrezo del bar.

Al menos el alcohol era barato, estábamos en el estado de Goa, el único estado que fue portugués en vez de británico y más años que estos últimos. Se notaba en las calles y los habitantes, había iglesias, católicos en un país de mayoría hinduista. Muchos indios pudientes veraneaban en las playas de Goa.

Aquel día gris pero sin lluvia nos hizo esbozar una sonrisa. Era el día, ese día podríamos alquilar la Royal Enfield 350 Bullet. Había soñado con ese momento muchas veces, y ese día parecía que iba a ser realidad.
Después de desayunar, salimos a la calle y allí estaba el muchacho que todos los días me decía, “no sir, today rain” con su clásica y amplia sonrisa. Pero esta vez cambió por un “yes sir, today is ok”.

En pocos minutos, circulábamos con una preciosidad de moto, fabricada nueva con tecnología de los cincuenta. Tenía un ralentí que casi podías contar las vueltas del cigüeñal, cambio a la derecha con las marchas al contrario. Hasta había salido el sol.

Con su ronroneo de gato gordo, fuimos a la ciudad, realizamos unas compras, y cuando regresábamos a Colva Beach, se paró. Como en las ocasiones que había parado conscientemente el motor, procedí con el protocolo de puesta en marcha: contacto, descompresor y palanca de arranque hasta que el reloj de punto óptimo del pistón indicaba la vertical, suave punto de acelerador y… patada. Lo habitual eran uno ó dos intentos, pero ya íbamos por cuarenta y aquello no se ponía en marcha. El sol hacía lo propio para endurecer más el sufrimiento. A cada patada nueva, aparecía un lugareño nuevo y juntos hacían círculo alrededor de nosotros. Entonces uno de ellos nos pidió permiso para intentarlo. Subió con sus chanclas y a la primera puso en marcha el perezoso motor. Hubo risas sin malicia de todos y alivio nuestro.

Pasamos la mañana por carreteras, caminos, senderos, disfrutando del paisaje que con el sol había cambiado totalmente, de nuevo todo era luminoso, las playas de arenas blancas rodeadas de verdes cocoteros que con sus palmas rozaban el recién estrenado azul del mar.

Llegamos a un pueblo donde no se veía a nadie por la calle, nos detuvimos junto a un local restaurante. Al parar el motor solamente se escuchaba el machete de un lugareño que estaba cortando viejas palmas de los cocoteros, TAC, TAC, en la larga y recta avenida que salía del pueblo.

En el restaurante nos atendieron amablemente y dimos cuenta de un par de huevos con jamón, patatas, cerveza y pan. Vamos, como en casa. Que más se podía pedir?.

Nos despedimos del restaurador y la Royal volvió con su numerito. Veinte ó treinta patadas después, el pueblo no estaba vacío, estaba todo allí, alrededor nuestra. Se escuchaban un sonoro murmullo ya que todos hablaban a la vez. Se acercó el dueño del restaurante: “Sir, I have a Royal 500, I try for you” . Pensamos que el la arrancaría sin problemas, igual que nos había sucedido antes, pero no. El hombre sudaba la gota gorda y aquello no hacia ningún sonido aparte del calk de la palanca sobre su tope.

Probaron muchos, creo que todo el pueblo, todos sudaban, como yo…la jodida Royal, la Royal de mis sueños no emitía ni un gemido.

Me empujaron largo rato, pueblo arriba, pueblo abajo. En una ocasión arrancó pero se calló enseguida…

Uno de ellos me pidió gobernar el la moto mientras empujábamos. OK. Así fue empujamos con ganas y buen rato, hasta que la pericia del lugareño extrajo del interior del motor ese sonido grave de pistonadas contínuas. Por fín la Royal cobraba vida, felices veíamos como la moto se alejaba con sus pistonadas TUC, TUC, TUC, en la larga recta rodeada de cocoteros. TUC, TUC , TUC , TUC , tuc, tuc, tu, t, , , . . TAC, TAC, de nuevo ya solamente se escuchaba el sonido del machete sobre el cocotero. Miramos alrededor y no había nadie…creo que ví (o lo soñé) de esos arbustos que ruedan por las calles desiertas. Mirábamos fijamente el final de aquella recta, TAC, TAC, Nos miramos, no nos atrevíamos a poner palabras a nuestros pensamientos. Los huevos daban muchas vueltas en nuestros estómagos. Ana dijo: ¿no nos la habrán robado? AGGHHH lo hizo, lo dijo. El tiempo pasaba, 15 minutos, 20, TAC, TAC. ¿y la Visa, cuanto límite tiene? Joder…TAC, TAC.

tuc. tuc. ¿como ? Se escuchaba tímidamente al final de las palmeras, tuc. tuc. tuc. cada vez más fuerte y más cercano TUC. TUC. TUC. efectívamente volvía, estaba allí, llegó. “Sir the batery is very, very low” Joder, lo hubiera besado. El sudor había cesado. Regresaba el color a nuestros rostros, disimulando para no parecer desconfiado ante nuestro benefactor.

Agradecimos de verdad sus servicios, sobre todo que volviera, y regresamos…TUC.TUC.TUC.